Javier Milei es quizás el presidente que más conoce a los medios desde Bartolomé Mitre. Nació como líder en la incubadora mediática. La lógica de los medios es mejor comprendida por este nativo mediático que por muchos periodistas.
Por eso, la relación entre Milei y la prensa no es solucionable. La jineteada de cuatro años en que consiste un gobierno nos va a dejar, en este caso, una biblioteca de imágenes, palabras y gestos sobre este conflicto.
Pero al grito se le responde con calma, y al insulto con más rigor. Como ha dicho el gran editor estadounidense Marty Baron, sobre quien se hizo la película Spotlight, “we are not at war, we are at work”. Y esto también nos recuerda que el desprecio por la prensa en el discurso político es una señal de época en el mundo, y no solo acá.
En un país en el que nos acostumbramos a los partidos de fútbol sin público visitante, también nos acostumbramos a que los políticos juegan sin periodistas visitantes. Solo van a los canales y radios afines. Pero eso no pasa en algunos medios, entre ellos en Perfil, donde incluso en los momentos más duros de la pasada grieta se encontraban todos los públicos. Con esa actitud pluralista, Perfil jugó un rol institucional valioso y fue uno de los pocos espacios en los que los enfrentados podían de verdad chocar opiniones. El dialogo entre Milei y Juan Grabois fue un ejemplo único.
Los efectos inmediatos de esta tendencia que se está agravando es que la prensa volverá a dividirse, como estuvo en el kirchnerismo: por un lado, un sector del periodismo que pierde toda relación con el gobierno y, por el otro, un sector que funciona como su vocero. El propio Milei sugirió a sus funcionarios y líderes parlamentarios evitar a los periodistas percibidos como distantes. El efecto de eso es inmediato, como dijo el último comunicado de Fopea: “La información oficial se ha convertido en una dádiva”.
Ahora es posible que los funcionarios duden antes de hablar con periodistas porque puede traerles problemas con el presidente. Es parecido a lo que pasó con Cristina Kirchner. Los funcionarios cristinistas temían hablar en público con los periodistas y, a veces también en privado, para no quedar en offside con la presidenta.
Los traumas vividos como sociedad nos llevaron a este ambiente de pasiones tristes en las que el insulto es una prueba de firmeza y de convicción. El lema actual es ‘haga patria, insulte a un moderado’. Pero el periodismo profesional –a pesar del ánimo de la ciudadanía- debe persistir en ser un factor de civilidad y moderación.
Como dijo una vez Albert Camus, ”la historia tendrá en cuenta o no estos esfuerzos. Pero en todo caso se habrán hecho”.
Fernando J. Ruiz. Profesor de Periodismo y democracia en la Universidad Austral y miembro de la Academia Nacional de Periodismo.
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Publicado en Perfil