A partir de ahora quedan pocas excusas para que el Gobierno nos muestre que es capaz de llevar adelante su plan.
Si la semana anterior parecía implosionar por el escándalo de Capital Humano, esta semana todo fue brindis. Aprobación en general de la ley Bases, inflación en baja, renovación swap con China. Aplausos y dólares del FMI.
Quizá lo más importante termine siendo la delegación de facultades. Allí, salvo en el capítulo impositivo el Presidente podrá hacer y deshacer, y aún queda el capítulo de Diputados, en donde lo que se cambió en las negociaciones con el Senado puede volver a quedar en blanco y negro.
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En esta etapa el Gobierno ejerció una fuerte dosis de pragmatismo. Negoció cedió, se desdijo. Alguna excusa encontrará para explicar que del “no negocio con comunistas” finalmente tuvo que sentarse con China por el swap y que probablemente deba viajar a verse la cara con Xi Jinping.
Esta es quizá la mayor demostración de que no es posible que la ideología esté por encima de los intereses nacionales. Queda claro que Francos hizo más de una concesión tanto a gobernadores como a senadores para lograr que Villarruel quedara en posición de desempatar.
Supuestamente las cosas no funcionaban porque el Ejecutivo no tenía los instrumentos que necesitaba. Y como decíamos antes, con la delegación de facultades Milei se podría dar el lujo de borrar con el codo lo que se escribió con la mano, tentado en seguir apoyándose en el consenso social y buscar nuevamente alejarse de la casta. Pero es un camino institucional riesgoso el no cumplir con la palabra.
Ahora quedan pocas excusas para que el Gobierno nos muestre que puede llevar adelante su plan
A partir de que el Gobierno tenga operativa la ley se le abre un nuevo frente de batalla. Debe definir qué hacer con el Estado. Si lo destruye o si lo hace eficiente. Si las declaraciones de Milei de que es un topo presto a destruir el Estado no fueron jueguito para la tribuna y lleva eso adelante, se va a encontrar con un problema. No hay consenso en la población sobre que el Estado deba desaparecer. No hubo un voto “no Estado”. Por lo contrario, la mayoría de quienes lo votaron cree en la necesidad de un Estado eficiente. Un Estado pequeño, que baje impuestos, y al mismo tiempo brinde buenos servicios. Ello incluye, entre otros, seguridad, salud, educación, infraestructura, jubilados justicia. Esto no es sencillo de realizar sin recaudación y al mismo tiempo se requieren partidas para mejorar la calidad de vida.
El Gobierno piensa que la solución es derivar todo a la inversión privada. Pero mientras tanto, las prestaciones se deterioran, los trenes chocan, los jubilados sufren. Y los privados tampoco están dispuestos a invertir donde no hay rentabilidad.
Quienes no lo votaron también piden un Estado eficiente, pero con una mirada protectiva social.
En ambos casos hay una crítica a la intermediación política. En la medida en que disminuya la inflación y la preocupación de la población se desplace a pobreza y desocupación, mayor será la mirada sobre la capacidad del Gobierno de gestionar. La demanda de ambos electorados, sobre el rol del Estado, pero sobre todo entre los votantes de Milei de clase media baja y pobres es una trampa de la que es difícil salir. Veremos si lo puede hacer el Presidente. Mientras tanto ha logrado generar expectativas de futuro y culpabilizar a la casta y, sobre todo, al kirchnerismo y al peronismo de los problemas que tiene el país.
Por ahora, la oposición solo se defiende, habla del pasado y no parece saber cómo encarnar las demandas de su propio electorado que por un lado teme a Milei, pero por otro lado reprocha a sus dirigentes por los errores cometidos.
* Analista y consultor político.
Publicado en Perfil