Casi medio siglo después, las heridas de la última dictadura argentina no se cierran, tampoco, para las familias de los 22 ciudadanos franceses desaparecidos. En un contexto marcado por temores de retrocesos y discursos revisionistas, los familiares redoblan su lucha por memoria, verdad y justicia, con la esperanza de que el tiempo no borre las responsabilidades ni la búsqueda.
La reciente visita del presidente francés, Emmanuel Macron, a la iglesia de Santa Cruz en Buenos Aires reavivó la historia de las «monjas francesas», Alice Domon y Léonie Duquet, desaparecidas en 1977 y convertidas en símbolo de los crímenes de la dictadura argentina. Según la reconstrucción judicial, ambas fueron arrojadas al mar en un «vuelo de la muerte» la noche del 14 de diciembre de 1977 junto a 10 activistas más, después de haber sido marcadas por el espía Alfredo Astiz, ex integrante de la Armada,
La iglesia de Santa Cruz es un templo bajo la advocación de la Santa Cruz, perteneciente a la Congregación de la Pasión. Aquel año del 77, un grupo de militares bajo el mando de Astiz, secuestró allí a un grupo de 12 personas vinculadas a las Madres de Plaza de Mayo, entre las que se encontraba su fundadora, Azucena Villaflor, y las monjas Alice y Léonie.
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“Francia no olvida”, reiteró Macron. Aunque hoy, esta frase resuena con más fuerza, dado que el Presidente Javier Milei es acusado de revisionismo sobre los hechos ocurridos durante la dictadura.
A pesar de las palabras de Macron, familiares como Annie Domon, hermana de Alice, siguen reclamando justicia. «No tengo ningún deseo de venganza. Simplemente, hay que hacer justicia (…) La justicia es indispensable«, afirmó a la AFP la mujer de 84 años en su casa a las afueras de Vierzon, en el centro de Francia, plagada de recuerdos. Las palabras de Macron son «reconfortantes para nosotros, pero también para los argentinos que sufrieron», agrega.
«Alice era alguien que fue hasta el final de sus convicciones», señala Annie. Su hermana nació en 1937 en Charquemont, en el este de Francia, y, en 1967, puso rumbo a Argentina como religiosa de la Congregación de las Hermanas de las Misiones Extranjeras.
Allí estuvo trabajando especialmente en las villas miseria, pero, en 1976, al notar que gente de su entorno empezaba a desaparecer, decidió regresar desde el norte del país a Buenos Aires, donde trabajó con las Madres de la Plaza de Mayo hasta su detención, explica.
Annie Domon jamás encontró el cuerpo de su hermana, pero vio cómo condenaban a cadena perpetua al exmarino Alfredo Astiz, una justicia que siguen esperando otras familias de franceses desaparecidos mientras luchan contra el olvido.
Aunque el consenso simbólico establece en 30.000 la cifra de desaparecidos durante la dictadura, las autoridades actuales sostienen que fueron menos de 9.000. Al menos 22 eran franceses. Las familias de estas víctimas siguen reclamando medidas concretas, como la designación de representantes por parte de Francia y Argentina para impulsar su búsqueda, según afirmó Jean-Pierre Lhande, presidente de la asociación que las nuclea.
Aunque la tarea podría parecer ahora imposible, con el regreso de la democracia, varios cuerpos enterrados pudieron ser identificados ya entrado el siglo XXI, entre ellos el de la hermana Duquet, devuelto por el mar a tierra firme en 1977 e inhumado entonces en una fosa común.
El 29 de agosto de 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense reveló que el cuerpo de Duquet tenía una fractura ósea producto de un golpe. Había sido torturada.
La urgencia de mantener viva la memoria
El caso de las “monjas francesas” no es aislado. Éric Domergue, hermano de Yves, desaparecido en 1976 mientras estudiaba y, a la vez, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, encontró los restos de su hermano y de su pareja mexicana Cristina Cialceta, 34 años después en Melincué, a 300 kilómetros de Buenos Aires.
«La desaparición es peor que la muerte«, subraya desde Argentina este periodista de 68 años, para quien su «gran satisfacción» fue que se identificara el cuerpo de su hermano Yves en 2010 y que sus padres cerraran esta «herida abierta».
Pese al hallazgo de los restos y la condena de quien ordenó asesinarlos, durante la reciente visita de Emmanuel Macron, Domergue le entregó una carta advirtiendo sobre el peligro de posibles amnistías para represores en Argentina.
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«Cuando hablo de Yves, también me refiero a los 30.000. El combate por la libertad, la memoria y la justicia continúa”, afirmó Domergue, quien se mantiene activo en la búsqueda de verdad.
En Francia, la batalla también es en los tribunales. En 1990, la justicia condenó en rebeldía a Astiz, apodado el «Ángel rubio de la muerte», a cadena perpetua en el caso de Domon y Duquet, y, desde 1998, hay abierta una investigación sobre otros 11 desaparecidos franceses, según una fuente judicial.
Para concluir la investigación, queda comprobar «si hay personas que ya hayan sido condenadas por los mismos hechos» en Argentina para «no duplicar los procesos», asegura la abogada de las familias Sophie Tonon, precisando que este «punto difícil necesita un cierto tiempo».
Los familiares enfrentan un enemigo silencioso: el paso del tiempo. Testigos, víctimas y represores envejecen, llevando consigo memorias y secretos. Esto, sumado a discursos que relativizan la magnitud de los crímenes, como el del presidente argentino, genera preocupación e indignación.
Con el apoyo de asociaciones en Francia y la condena social en Argentina, los familiares intentan evitar que el silencio se convierta en impunidad. Porque, como recordaron durante la visita de Macron, en la memoria colectiva está la clave para que estos crímenes no vuelvan a repetirse.
RM /AFP / Gi
Publicado en Perfil